Hoy quiero hablarte de unos personajes que, para mí, son más importantes que el WiFi, el celular y el café juntos: los cuidadores. Sí, esos ángeles de carne y hueso que todos los días me ayudan a seguir adelante, aunque mi independencia esté un poco peleada conmigo y mis brazos y piernas no cooperen mucho.
Como saben, desde hace un tiempo dependo totalmente de ellos para casi todo. Y cuando digo todo, es TODO. Desde la mañana hasta la noche, ahí están, resolviendo, inventando, cargando, moviéndome, acomodándome, y ahora también soportando mis aventuras tecnológicas gracias a mi nuevo accesorio, el GlassOuse, que me tiene fascinado porque por fin puedo usar el celular a mi manera y crear contenido sin pedir que alguien me toque la pantalla cada dos minutos. ¡Milagro moderno!
En mi día a día tengo a Luis, mi caballero del turno diurno. Ese man ya tiene un doctorado, maestría y postdoctorado en “Cómo cuidar a Rogelio sin perder la paciencia”. Y con honores, porque el pobre ya se sabe mis rutinas, mis mañas, mis bromas y mis silencios. Luis es un crack.
En las noches está César, que además de cuidarme es amante de la cocina, cocina delicioso, y el postre… la mamá llena… ese es el mejor postre del mundo. Y no pienso discutir con nadie. Y además, como si eso fuera poco, también es mi tatuador oficial. Esa combinación de chef, cuidador y artista hace que las noches, en vez de ser aburridas, terminen entre risas, historias y uno que otro diseño nuevo.
La dinámica con ellos es increíble, pero últimamente he tenido una misión digna de película: encontrar cuidadores para los fines de semana. Y, hermano… qué tarea más difícil. El sábado a las ocho vino uno. El domingo vino otra. Y de verdad… no quiero generalizar, porque hay gente buena, pero lo que he vivido ha sido una locura.
Unos llegan y se quedan dormidos a plena luz del día. Otros no saben moverme, no entienden cosas básicas, no captan que mi cuerpo necesita manipulación cuidadosa. Y otros… bueno, otros simplemente no están listos para este tipo de responsabilidad. Y yo aquí pensando: ¿qué está pasando?, ¿dónde están esas personas comprometidas que entiendan que un cuidador no es un trabajo cualquiera?
Porque te digo algo: un cuidador se convierte en tu hermano, tu memoria, tus manos, tus piernas, tus mejores amigos. Son parte de tu vida, de tus días buenos y de tus días regulares. Y encontrarlos no debería ser una misión imposible.
No escribo esto para quejarme, sino porque sé que muchos allá afuera viven lo mismo, en Panamá y en cualquier parte. Es una realidad que casi nunca se habla, pero que pesa. Y pesa mucho.
Aun así, aquí estoy, contándolo, viviéndolo y agradeciendo a los que sí están, los que sí se entregan, los que sí entienden. Porque gracias a ellos, a su paciencia y su cariño, sigo firme, sigo creando, sigo conectado con ustedes… y sigo vivo para contarlo.